EN TORNO A JESÚS DE NAZARET
El hecho de la
existencia de Jesús de Nazaret, aún poniendo en tela de juicio tantos datos
biográficos como se presten a debate, creo que es indudable.[1]
Sobre la fiabilidad de las pruebas se podría hablar largamente, pero no es
asunto que ahora nos incumba. Aceptando estas premisas, vamos a suponer, porque
de hecho lo creemos (yo al menos lo creo), que Jesús de Nazaret existió. Al
igual que supongo, dicho sea de paso, que Platón, Alejandro Magno, Carlos V o
Schopenhauer existieron.
Cuando se aborda el
alambicado tema de “la búsqueda del Jesús histórico” se clama hasta llegar a la
histeria una dosis imparcial de objetividad, un tratar el tema con el máximo rigor
histórico. Esto, en el caso de Jesús, conlleva tratar su vida al margen de
cualquier relación con la religión cristiana, porque se supone que ésta tiene
una visión determinada y dogmática sobre su figura, y por ende todo cristiano
la tendrá igualmente. Parecería una contradicción pedir objetividad, y al mismo
tiempo observar el tema desde una postura dogmática. Yo creo que no es en
absoluto contradictorio. ¿Cómo abordar la figura de Jesús sin tener en cuenta
su aspecto religioso? De hecho si Jesús no hubiera pensado lo que pensó ni
hubiera dicho lo que dijo, dudo que dos milenios después un servidor estuviera
perdiendo el tiempo consternándose sobre su figura.
Se tienen muchas
reticencias con los evangelios canónicos porque su redacción implicó sin duda
una visión subjetiva y por efecto teológica de la vida de Jesús. Mateo, Marcos,
Lucas y Juan afirmaban con toda rotundidad que Jesús era el Hijo de Dios
elegido y enviado para realizar la redención universal. Lo que ocurre es que
esta hipótesis, la secundemos o no (dato que creo bastante baladí), es la que
defendía el propio Jesús. Entre sus múltiples aforismos destacan sus sentencias
sobre su origen divino, sobre su Padre todopoderoso. Es, dadas las
circunstancias, necesario abordar el proceso del Jesús histórico desde esta
base, que Jesús era el Hijo del Padre. Porque sin ello no se entiende nada. El
comportamiento de Jesús no es nada sin este fundamento. Dicho esto, el ateo, el
creyente, el agnóstico o el indeciso en estas lides divinas, todos han de hacer
un esfuerzo intelectual e imaginar a un Jesús divino y redentor.
Y ahora que hemos
hecho referencia a ello, no nos escondamos. Afrontemos el tema, morboso y
apasionante, de la estrecha (o ancha) diferencia entre un ateo y un creyente.
Lo primero que hemos de decir es que vamos a hacerlo des del punto de vista del
cristianismo, para no complicar más aún la cuestión. Digamos que hay dos rasgos
sobre la persona de Jesús que creo marcan esa diferencia; el que fuera de
naturaleza divina y el que resucitara. Porque todo lo demás puede derivarse de
estas dos afirmaciones. En consecuencia, el ateo, en sentido estricto de la
palabra y en relación a Jesús, es el que no cree en ello. Haciendo un pequeño
paréntesis, considero que aquí nos encontramos con el gran error del
cristianismo, a saber: pretender elevar a dogma estos hechos que no superan el
mero mito o la leyenda. El cristianismo tendría más fuerza de persuasión si
presentara estos hechos como metáforas de un poder divino, pero no como hechos
indudables. De hecho la religión griega asumía en cierta manera el marcado
carácter mitológico de sus divinidades y sus relatos mágicos La divinidad es un
sentimiento fervorosamente subjetivo del ser humano en tanto ser individual. La
pretensión de hacer de la divinidad carne, de llevar a Dios al mundo, es tan
osada como irreverente. Osada por ilógica. Irreverente por menospreciar al ser
humano. Porque el ser humano ya tiene a su Dios dentro de él mismo. Dejemos que
lo busque y lo alimente. Pero el cristianismo nos quiere vender un Dios ya
hecho, acabado, con su ideología moral de abnegación y humillación hacia uno
mismo.
A pesar de todo esto,
la figura de Jesús me parece de las más interesantes y enigmáticas del mundo
antiguo. En el caso de que fueran ciertas todas las historias que se cuentan de
él (los milagros, las curaciones mágicas, los exorcismos, su magna
resurrección, su posible naturaleza divina o sus poderes sobrehumanos) nuestra
admiración por el tema estaría justificada. Pero es que no es menos enigmática,
en el caso de que su leyenda no fuera cierta, la causa de tanta profecía en
nombre de Dios, de tantos oráculos que aseguraban la llegada de un Mesías, de
tanto fervor que (según las Escrituras, destapó Jesús por Palestina). Incluso
el rey Herodes Antipas quiso ir a conocer al que describían como el Elegido, el
Ungido (Cristo) por Dios. A mí, personalmente, me inquieta hasta términos
indecibles el porqué de todo este “mundo mágico” que se creó en torno a su
figura. No estamos hablando de un profeta alocado que lanza una revelación y
queda en el olvido. La tradición cristiana nos muestra gran cantidad de
profetas que hablaron claro sobre sus supuestas revelaciones divinas. Por
ejemplo, la famosa profecía que dice:
He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo,
y le pondrán por
nombre Emmanuel…
Y tú, Belén, tierra
de Judá,
no eres, no, la menor
entre los principales clanes de Judá;
porque de ti saldrá
un caudillo
que apacentará a mi
pueblo Israel.
Aquí el profeta
anuncia tres cosas: que tendrá lugar una concepción inmaculada, que el lugar
será Belén de Judea, y que el recién nacido será “alguien especial”. Luego,
según nos narran los cuatro evangelios (con evidente y reseñable parcialidad,
ya que los evangelistas tenía el único objeto de glorificar la figura de Jesús
en tanto divina y enviada por Dios, por tanto no tenían una visión imparcial),
Jesús nació por obra del Espíritu Santo en María, supuestamente en la aldea de
Belén, y llegó a ser un líder espiritual para lo que en aquellos tiempos era
una secta cristiana dentro del judaísmo. Aquí tenemos que lo dicho por un
profeta, es secundado siglos después por unos evangelistas. Insisto, si todo lo
sobrenatural que se nos cuenta no ocurrió y es una gran mentira, ¿qué
motivación llevaría a esos evangelistas (y a muchos otros) a preocuparse por
redactar unos escritos, indagando en numerosas fuentes y luchando por su pronta
difusión? ¿Qué tendría el mensaje cristiano, que hizo, siglo tras siglo, a una
proliferación incontable de creyentes amparar y difundir unas ideas
racionalmente discutibles?
Toda esta historia
comienza en el Génesis, que según la tradición es un libro de inspiración
divina. Después de milenios, el mensaje no se ha perdido. De hecho el mensaje
ha creado la religión más seguida de la historia. Desde la Tierra Prometida a
Abraham, en un relato donde se mezcla leyenda e historicidad, hasta hoy. Porque
al final no se trata de ser o no creyente. Considero que el encanto de todo
esto es meditar la causa de por qué el alma humana es capaz de seguir con tanto
entusiasmo una doctrina revelada, y difundirla siglo tras siglo hasta hacerla
universal.
[1] Aún así, no es ilícito adoptar
la postura radicalmente escéptica de que todo lo ocurrido antes de un “ahora”,
que por tanto uno no ha visto, puede no haber ocurrido, por tanto no existe
nada sino un presente. Ésta es una postura divertida sobre el concepto de
“historia”, pero ahora, poniéndonos un poco prácticos (que no serios), hemos de
aceptar como real todos los acontecimientos históricos de que tengamos alguna
prueba fehaciente.
Excel·lent publicació, Pere!
ResponderEliminarDavid